C’est La Vie de Stereophonics en mis auriculares. Y justo en ese instante me viene una idea: "Si tuviera que elegir una foto que resumiera los últimos diez años de mi vida, solo una, ¿cuál sería? ¿Y qué canción la acompañaría?"
¡Es un ejercicio que siempre viene bien!. Te obliga a mirar hacia atrás con sinceridad, a escarbar un poco entre lo vivido y a sacar conclusiones. No solo para quedarte con lo bueno, sino también para observar qué puedes mejorar: en lo que haces, en cómo te comportas, en cómo te relacionas con los demás.
Al final, se trata de eso. De seguir creciendo. De mejorar la forma en que estás en este idílico mundo que cambia sin pedir permiso, mientras tú vas encontrando poco a poco un lugar donde encajar, no por inercia ni rutina, sino porque te permite ser tú —acompañado, además, por personas inesperadas que llegan sin avisar y acaban aportando justo lo que te faltaba.
¡La foto no necesita ser la más hermosa del mundo! Ni la mejor tomada. Tampoco tiene que ser una que hayas hecho tú.
Puede ser incluso una de esas que te pillan sin darte cuenta, un robado que —por lo que sea— capta lo auténtico del momento. Esa imagen que, si alguien la viera sin saber nada de ti, pudiera intuir: cómo sientes, cómo vives, cómo nos tropezamos y cómo nos levantamos.
“Y esa canción… que, sin necesidad de entender la letra, hiciera sentir algo similar.”
LA FOTO ELEGIDA
¡Podría haber elegido entre mil fotos!… con mis amigos, con la familia, en esos momentos de alegría que uno quisiera repetir, o en los tristes, que aunque duelen, enseñan más y te obligan a replantearte si puedes cambiar algo para mejorar, o para disfrutar la vida con mayor intensidad. Pero por lo que sea, acabé quedándome con la que ilustra la entrada del relato: una imagen mía en el embarcadero de un crucero.
No fue por espectacularidad ni por nostalgia. Fue porque, al verla por sorpresa, entendí algo que no había procesado del todo: esa imagen resume mucho de lo que soy. Me sacó una sonrisa, no solo porque me reconocí en ella, sino porque me hizo pensar: “Bueno, tampoco hemos envejecido tan mal”. Esa persona que no sabe muy bien cómo ha llegado hasta ahí, pero que por algún motivo tiene más verdad que pose.
La foto puede parecer pretenciosa por el lugar y el fondo de la imagen, lo sé. Ya sabéis que nunca me ha gustado aparentar, mostrar lo que no soy. Justo por eso, tal vez no deba sorprenderos que, si tengo que gastar mi dinero, prefiera hacerlo con vosotros. Os lo he repetido a todos mil veces. No busco impresionar, ni que parezca generosidad forzada. Es simplemente una forma de estar. ¡Soy así! Compartir con los que me importan convierte cualquier gasto en algo que merece la pena.
La imagen está tomada en Grecia y refleja justo lo que soy cuando me pongo a buscar un encuadre distinto, algo que tenga “alma”. No siempre lo consigo, pero aquel viaje fue especial. Lo sé, soy cero fotogenia, tampoco tengo ese cuerpo de escándalo que se consigue —al parecer— "a base de comer guisantes en lata mientras se procrastina con estilo".
Fueron siete días de trajín constante, navegando de país en país, con una salud en precario como lo ha estado durante mis últimos 25 años. Y, sin embargo… ¡rebosé energía! Sorprendí a todos y, más aún, me sorprendí a mí mismo.
![]() |
| "Sol, sonido y fondo de olas en loop. Enjoy de Noise en su versión marítima." |
¡Disfruté como nunca!, con esa sensación rara de estar encendido por dentro, como si por fin el cuerpo se hubiera puesto de acuerdo para regalarme una tregua entre ibuprofeno y relajante muscular. Y ahí estoy yo, sin necesidad de demostrar nada.
No sé si fue el mar, el sol o esa complicidad de estar vivo de verdad, pero esa imagen es una declaración de intenciones. Como si los Monty Python me hubieran pillado en pleno embarcadero, cantando por dentro: “Always look on the bright side of life…” sin silbidos, pero con ganas.
LA CANCIÓN ELEGIDA
Podría haber tirado por lo fácil y quedarme con cualquiera de INXS, Pearl Jam, o incluso "Ultra Violet" de U2 —todas parte de mi ADN musical— pero hacerlo habría sido, precisamente, lo fácil. Y si hay algo que no ha sido sencillo en estas últimas décadas… ha sido eso: ¡vivirlas en plenitud y sin anestesias! Así que, ¿por qué no romper un poco con todo eso?
Os pongo en antecedentes. Siempre me he dejado llevar por la música electrónica. Desde muy joven ha tenido un hueco importante en mi discoteca particular. No fue una moda pasajera ni algo que descubrí de rebote. De hecho, a los 14 años, ya hacía mis primeros pinitos en ese universo, dedicando mi paga con convicción y algo de vértigo a un disco que no era precisamente fácil: Dazzle Ships de Orchestral Manoeuvres in the Dark. Un trabajo complejo y experimental que, sin embargo, me atrapó.
Aquella elección decía más de mí que cualquier modelo de zapatilla o corte de pelo de la época.
Pero la canción elegida no viene de aquel Dazzle Ships. Viene de otro grupazo, viene de MODERAT, la banda berlinesa, cuya música poco tiene que ver con aquel lejano universo de OMD. Puede parecer un giro extraño, casi una ruptura respecto a mis gustos más establecidos, pero para mí es justo lo contrario: “un gesto de continuidad en forma de cambio.” Una forma de decirme —sin palabras— que sigo buscando, que sigo creciendo, que aún quiero estar y sentirme mejor. ¡Que quiero seguir compartiendo, quiero seguir disfrutando!
Y sí, os confieso que Moderat fue la primera banda que vi en directo en el primer festival al que me animé a ir por mi cuenta. Bueno, casi. El primer día estuve acompañado por un pequeño grupo de amigas y un buen amigo —una compañía inesperada y cercana que me ayudó a sentirme cómodo. A partir de ahí, viví el segundo día del festival en solitario. Y lejos de ser un reto, fue una experiencia distinta. Descubrí que también se puede disfrutar mucho desde ese espacio más íntimo, donde no hay que dar explicaciones, y todo se siente a tu manera.
Tampoco había ido nunca a un concierto de música electrónica, y lo admito: me esperaba una explosión de locura y desenfreno total entre el público. Pero lo curioso fue encontrarme con un ambiente moderadamente tranquilo. ¿Así son las Raves? Para la intensidad que tienen los temas de Moderat, aquello se sentía más bien como un recogimiento compartido, al menos eso me transmitía el concierto desde la parte posterior del escenario. Nada de multitudes descontroladas.
Yo, fiel a lo mío, viví el concierto sin aspavientos, sin saltos, sin manos al aire. No por falta de emoción, sino porque en ocasiones, no suelo mostrar con el cuerpo lo que me pasa por dentro. Estar allí solo, rodeado de gente, en un festival que me exigía tanto como me ofrecía, ya era un logro enorme. A muchos les parecería poca cosa, pero para mí, estar presente así —sin la red de mis amigos— fue un desafío. Y superarlo, sin hacer ruido, ya fue suficiente.
Quizá por eso conecté con la música de Moderat de una forma tan particular. Sus temas, más que empujarte al movimiento, te envuelven poco a poco. Aquel día, lo que me pedían no era saltar ni gritar: era cerrar los ojos y dejar que el entorno desapareciera. Y así, con los ojos cerrados y las manos resguardadas en los bolsillos traseros de mi pantalón, medio ajeno a quienes me rodeaban, me dejé llevar por un trance suave donde lo único importante era lo que estaba sintiendo.
Y fue en ese estado —en calma, pero en silencio— cuando comenzaron a sonar los reconocibles primeros toques de sintetizador de "A New Error" ¡Como si la música hubiera esperado a que yo estuviera listo! Esa canción fue mi llave de entrada: sin estruendo, sin urgencia. ¡Me permitió estar!
Cuando terminó la actuación de Moderat, la noche aún guardaba otra promesa. Me esperaban The Chemical Brothers, como si el universo hubiese decidido que, después de ese viaje interior, merecía una sacudida de energía sin intermediarios. Era el contraste perfecto. Y yo allí, en primera fila, sintiendo cómo el pulso cambiaba de ritmo y la emoción se transformaba en expectativa.
FIN DEL RELATO
La trayectoria no ha sido fácil, ni lineal. Ha sido una lucha de superación continua, salpicada de altibajos, de momentos de duda, pero también de lucidez. A medida que el tiempo avanzaba, el ritmo cambió. Ya no corro detrás de aquello que no entiendo. Hoy camino más despacio, pero más consciente. Me dejo influir por la energía positiva de quienes me rodean —ellas, sobre todo— y poco a poco, he ido aprendiendo a desterrar los miedos que antes me frenaban.
Quizás la mayor victoria ha sido esa: seguir disfrutando. No como antes, sino como ahora. Con otra mirada. Y con el agradecimiento por quienes han estado y estarán sin pedir nada a cambio.
¡ENJOY! 💜



















