Acudir en solitario a un concierto puede sonar raro al principio, ¿verdad? Parece que ese tipo de planes están pensados para compartir: disfrutar con amigos o coleccionar pruebas de que cantamos peor que el resto del público, y por supuesto, destrozando la letra de la canción de turno.
Pero… ¿Qué pasa cuando tu gente no conecta con esa banda que te encanta? La elección es tan simple como cruel: o vas solo… o te lo pierdes.
La verdad es que, ir solo, puede ser una experiencia brutal. Te da una libertad tremenda y te permite conectar contigo y con la música de un modo que, por mucho cariño que tengas a tus acompañantes habituales, simplemente no ocurre cuando vas en grupo.
Así que, aquí va mi confesión sobre esta aventura, sus ventajas y por qué merece la pena asumir el reto.
LOS MIEDOS
La primera duda que asoma es la famosa: “¿y qué van a pensar si me ven solo?”. Ese miedo al qué dirán pesa más de lo que podemos admitir: tememos vernos fuera de lugar o que alguien piense que no tenemos con quién ir.
Pero basta pensarlo un segundo para darte cuenta de que ¡nadie está pendiente de ti! Cada persona va a lo suyo. Y cuando se apagan las luces y suena la primera nota, todas esas dudas desaparecen.
Recuerdo la primera vez que me planté sólo en la puerta del recinto con la entrada en la mano y un nudo en la garganta. Pensé: si me doy la vuelta ahora, me arrepentiré. Respiré hondo, di un paso… y "palante".
Desde entonces, he vivido este tipo de experiencias en solitario más veces de las que quisiera, festivales importantes incluidos, y puedo confirmarlo: la barrera es 100% mental. No cuesta ir solo, cuesta decidirse a dar el paso. El bloqueo ocurre antes de salir de casa, cuando la cabeza empieza con el eterno “¿y si…?”. Una vez allí, todo resulta sorprendentemente sencillo, natural y liberador.
LA RECOMPENSA: "LIBERTAD SIN COMPROMISOS"
Una vez superado el miedo, llega lo mejor: la libertad absoluta. No tienes que coordinar con nadie ni negociar cada movimiento; no existe el típico “¿vamos por allí?” o “¿nos acercarnos más?”. Vas a tu ritmo, sin prisas y sin tener que justificar nada.
Si quieres desafinar a gritos, ¡lo haces!; eso sí, si estás grabando un clip con la intención de publicarlo luego en Instagram, intenta contener ese “aullido fácil” que a mí tanto me delata. Si te apetece cerrar los ojos y dejarte llevar, también puedes hacerlo, es muy gratificante.
Es tu momento, sin distracciones, sin compromisos. Una especie de cita contigo mismo que te recuerda que sabes disfrutar sin depender de nadie. Y lo mejor es que, cuanto más lo haces, más natural se vuelve. Empiezas a notar lo bien que sienta ser dueño de tu propio plan.
EL ARTE DE SABER ESTAR SOLO
Y es que, en el fondo, esta experiencia va más allá de un simple concierto. "Saber estar solo" es un arte que hay que cultivar en todos los ámbitos de la vida, y es uno que se perfecciona con la madurez.
Creo que esta comodidad llega especialmente cuando entras en la cincuentena. No es que no se pueda experimentar antes, pero se disfruta de una forma diferente, "con menos drama". De hecho, este tipo de escapadas las empecé a realizar en solitario hace casi diez años, cuando todavía disfrutaba de mis cuarenta, y desde entonces he aprendido a aprovecharlas sin demasiados complejos.
A medida que envejeces, las prioridades cambian y las obligaciones sociales se relajan. Las dinámicas familiares son distintas, el tiempo vuelve a ser 100% tuyo y, has vivido lo suficiente, como para que la preocupación por el "qué dirán" te la pases ¡por ahí...!
¡CLARO QUE SE OS ECHA DE MENOS!
Siendo sincero, por mucha autonomía que te dé la experiencia, ir a un concierto bien acompañado es mil veces mejor. Es inevitable echar de menos a los amigos, y mucho. Creerme que, ir solo, no es mejor que ir con tu gente; simplemente es la mejor opción cuando no tienes a tus amigos disponibles.
Hay una serie de momentos que son irremplazables y que piden vuestra compañía: no puedes compartir esa mirada cómplice en medio de una canción que solo entendemos nosotros, ni reírte cuando pasa algo inesperado a tu alrededor.
¡Te pierdes la previa y, sobre todo, el after! Posiblemente sea lo que más hecho en falta. Con la edad me he convertido en un "animal social" y disfruto enormemente de esos momentos; son el cierre perfecto de la noche. Y aquí sí debo reprochar algo: la mayoría de mis acompañantes habituales no lo respetan… y huyen antes de que empiece lo mejor.
¡A QUÉ ESPERAS PARA HACERLO!
Así que, si alguna vez los gustos no coinciden, las agendas no cuadran, o simplemente te apetece ir por tu cuenta, ¡hazlo! Saca a relucir tu confianza. Y con esto me refiero a que rebusques en tu armario y elijas esa ropa que te da seguridad, con la que te reconoces plenamente y te hace sentir con el "pavo subido". No hay nada como mirarte al espejo y pensar: "aquí estoy", o un "give it to me" 😂😂.
No necesitas excusas ni compañía para vivir algo que te gusta. Baila, canta, y vuelve a casa con una ronquera que te dure días repararla. Quién sabe, igual descubres que no solo eras capaz de afrontarlo… sino que además descubres que ¡te encanta!
En realidad, es un acto de rebeldía: anteponer la música a la pereza emocional. Y ese silencio que queda al terminar no es soledad, créeme… es la resaca gloriosa de algo muy similar a alcanzar la plenitud.
La próxima experiencia en solitario ya la tengo marcada en el calendario: Miles Kane en unos meses. Sé que la disfrutaré enormemente. Y cuando llegue el día, sólo tendré que recordarme una única cosa, el mantra de uno de los temazos del chulazo británico: “Don’t forget who you are.”
¡Enjoy! 💚
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